El medio digital AGUAITA.CAT publica el reportaje "Temps de tomaques"

Cuando era pequeña odiaba los tomates. Sólo me gustaban untadas en pan o convertidas en salsa para la pasta. Crudas, ni hablar. Tantos veranos de mi infancia y adolescencia cosechando y embadurnando me hasta las cejas entre tomateras de la pera explican esta tirria inicial al tomate. Una tirria superada con creces durante la edad adulta y transformada desde hace tiempo en devoción. Quizás por aquello de querer recuperar sabores perdidos, ahora me he convertido en una devoradora de tomates y espero el verano con delirio, porque sé que es cuando llegan y no hay nada como comerse-las maduradas al sol y recién cosechar. Por eso no me pude estar de apuntarme, hace unas semanas, a una experiencia de degustación nueva y original: una cata de tomates a pie de tomatera.

Unos catas que organiza desde hace tres años el campesino de Amposta Joan Castellano, uno de los pioneros de la agricultura ecológica en el territorio y el país. Castellano lleva años recogiendo semillas antiguas de estas frutas autóctonas y de fuera. "Para recuperar aquellos sabores de antes", dice. Y es cierto que, a veces, las papilas gustativas pueden hacerte viajar al pasado, un poder sólo comparable al de aquel otro sentido, el olfato, que a veces es capaz de producir algún que otro bache en el corazón latiendo cuando nos encontramos con determinadas fragancias que creíamos olvidadas: el de la tierra removida por el tractor, el de las algarrobas recién partir, el de las almendras secándose al sol ...

En este caso mi viaje no fue muy bien al pasado, más bien a la estupefacción absoluta. Toda la vida viviendo en el campo y tener que descubrir en estas alturas de mi recorrido vital que en el mundo no sólo hay tomates de pera, de colgar y de ensalada, sino que podemos encontrar más de 300 especies diferentes. De hecho, Castellano tiene controladas entonces de hasta 70 variedades diferentes y este año ha cultivado una cuarentena en su finca de Amposta. Las hay de todos colores, rojas intensas, amarillas, calabaza, rosadas, marrones, morados, tirando a negro ... De todos los tamaños, desde las insignificantes cherrys hasta tomates de más de medio kilo. También las formas son infinitamente variadas: hay que parecen bombillas, otros peras, otros son redondas, otras tienen forma de corazón, otros son curiosamente alargadas ... Tenemos la montserrat, la corazón de buey, la guindilla, la manzanita, la manzana lleno, la palosanto, la morada de Cuenca, la valenciana perilla, la rosa del Eterno ... Esta última lleva el nombre de un campesino del Vallés que se preocupó por preservar -la. Es un tomate rosada de piel finísima y gusto espectacular.

Toda una experiencia degustar y saborear, en una sola sesión, diez variedades diferentes de tomates a pie de tomatera, dentro de la sombra de un invernadero en la falda del Montsià. Un invernadero con apariencia de parque botánico donde cada variedad de tomate tiene su rótulo explicativo. Y, en medio, la mesa de la cata, con un espectacular centro, una especie de ave del paraíso hecha a partir de tomates de ensalada. Este año Castellano ha montado ocho catas. Todos los sábados de junio a las 10 de la mañana ya las 6 de la tarde. Para él es una manera de poner en valor un producto de la tierra, su granito de arena para determinadas variedades que quizás han perdido el interés comercial puedan sobrevivir a la cultura del fast food. Visto todo ello no puedo más que desear larga vida a los productos de la tierra ya las ideas que los revalorizan.

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